¡Y se acabó el Año sacerdotal, que nos propuso Benedicto XVI tan oportunamente! Se acabó, pero no pueden acabarse los rezos, las oraciones y el cuidado por los sacerdotes, por TODOS los sacerdotes.
Entre muchas opciones, les dejo ésta, que encuentro preciosa y muy realista, como me gustan a mí:
Omnipotente y Eterno Dios: dígnate mirar el rostro de tu Cristo, Eterno y Sumo Sacerdote, y por amor a ÉL, ten piedad de tus sacerdotes.
Recuerda, oh Dios misericordioso, que no son sino débiles y frágiles criaturas. Mantén vivo en ellos el fuego de tu amor. Guárdalos junto a Ti, para que el enemigo no prevalezca contra ellos, y para que en ningún momento sean indignos de su sublime vocación.
- ¡Oh Jesús!, te ruego por tus fieles y fervorosos sacerdotes;
- por tus sacerdotes tibios e infieles;
- por tus sacerdotes que trabajan cerca o en lejanas misiones;
- por tus sacerdotes que sufren la tentación;
- por tus sacerdotes que sufren soledad y desolación;
- por tus jóvenes sacerdotes;
- por tus ancianos sacerdotes;
- por tus sacerdotes agonizantes;
- por las almas de tus sacerdotes que padecen en el Purgatorio.
Pero sobre todo, te encomiendo a los sacerdotes que me son más queridos: al sacerdote que me bautizó, al que me absolvió de mis pecados; a los sacerdotes a cuyas Misas he asistido y que me dieron tu Cuerpo y Sangre en la Sagrada Comunión; a los sacerdotes que me enseñaron e instruyeron, me alentaron y aconsejaron; a todos los sacerdotes a quienes me liga una deuda de gratitud.
¡Oh Jesús!, guárdalos a todos junto a tu Corazón y concédeles abundantes bendiciones en el tiempo y la eternidad. Así sea.
San Josemaría describió muy bien el misterio y el don del sacerdocio en su homilía Sacerdote para la eternidad.